Lo que aprendemos escribiendo

Una casa en el páramo, las paredes de adobe y los techos de paja tejida; el piso es la superficie visible del planeta. El cuarto de la cocina es sencillo, en un lado está el antiguo lugar donde se calentaban los alimentos con leña; en otro, la modernidad de una cocina a gas.

Una niña nos saluda amablemente. Es activista por los derechos de la niñez y la adolescencia. A pesar de que vive muy lejos de la ciudad se ha dado modos para estudiar en un lugar donde las mujeres que estudian son la excepción de la regla. El resto de mujeres se dedican a las labores domésticas.

En su cuarto están los recuerdos de pasados viajes por el mundo: Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, lugares soñados a donde cualquier migrante quisiera viajar y quedarse, pero ella ha ido con un fin superior: conseguir fondos para becas estudiantiles.

Como ella, hemos sido testigos de muchos casos en los que la voluntad es más fuerte que las limitaciones, en los que la solidaridad es un acto de rebeldía que causa un impacto profundo en la vida de las personas que menos tienen.

Para nosotros, siempre es un reto comunicar de forma clara y precisa lo que vemos, sin adjetivos que modifican una realidad que está presente y que debe ser transmitida tal como es.

Siempre que podamos mejorar la vida de otras personas, no debemos dudar en hacerlo, ya que nuestra vida y la de nuestros congéneres depende de ello.

Para escribir nuestras historias lo primero que debemos hacer es dejar los prejuicios a un lado, abrir el corazón y acercarnos con empatía. Siempre regresamos cambiados, mejores, con una visión expandida del mundo.

  • Llevamos las maletas llenas vacía y las regresamos llenas de experiencias.
  • Somos unos cuando vamos y otros cuando volvemos.
  • Disfrutamos con todo el corazón de nuestro trabajo.
  • Sentimos la existencia, somos la existencia.
  • Escribimos con pasión.
  • Editamos con mucho cerebro.